"Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra Independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque más no hemos podido" - JUAN MANUEL DE ROSAS

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El primer Revisionista: don Adolfo Saldías

Adolfo Saldías: el Padre del Revisionismo Argentino
Por el Prof. y Dr. Julio Ramón Otaño

Nació en Buenos Aires, el 6 de septiembre de 1849.
Se recibió de abogado en 1875 y realizó su tesis sobre el tema del Matrimonio civil. Comenzó a actuar en política a través del popular Partido Autonomista de Buenos Aires, liderado por
Adolfo Alsina, enfrentado a Bartolomé Mitre, junto con Aristóbulo del Valle, Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen, entre otras personalidades con las que formará en el futuro la Unión Cívica Radical.
Al subir Roca al poder, se cumplían casi treinta años de la caída de Rosas y hacía tres que el Restaurador había muerto en Southampton. Sólo los que andaban arriba de los cuarenta podían recordar de primera mano su gobierno. En ese treintenio se impuso dentro de la enseñanza un cuadro negativo de dicha etapa histórica, sobre la que todos parecían estar de acuerdo.
La Historia de Domínguez impuso el tono, que sólo se modificó para cargar las tintas en los posteriores libros de López, Es­trada y Pelliza.
En cuanto a Mitre, si bien no escribió espe­cíficamente sobre Rosas, su actitud y su modo de pensar no diferían para nada de aquéllos, a los que apoyaba con su autoridad.
Sería en 1881, y a través de la pluma de un joven de treinta y un años de familia unitaria, que Rosas entraría de lleno en la historiografía bajo una nueva luz, mucho más histórica en estructura.
En ese año Adolfo Saldías publicó el primer tomo de su “Historia de Rosas”, basado en enorme caudal de documentos y en un riguroso método heurístico.
Prácticamente sin an­tecedentes, la autoría de este libro lo consagró, no sólo en su tiempo, sino en la posteridad. Como señala Julio Irazusta: "Aunque dejó muchos escritos y publicó antes de morir una obra de aliento, Adolfo Saldías ha quedado como el hombre de un solo libro: su Historia de Rosas. Y este hecho es tan­to más significativo cuanto que nada, en los antecedentes del autor, permitía esperar esa armonía entre el escritor y su tema de la que surge, por lo general, la obra maestra".
Con la aparición del tercer tomo en 1887, quedó com­pletado el trabajo de Saldías sobre el Restaurador. En las primeras páginas afirmaba: "... estoy habituado a ver cómo se derrumban en mi espíritu las tradiciones fundadas en la palabra autoritaria que, atando el porvenir al presente, echan al cuello de las generaciones un dogal inventado por el demonio del atraso. Pienso que aceptar sin beneficio de in­ventario la herencia política y social de los que nos prece­dieron, es vivir de prestado a la sombra de una quietud que revela impotencia. La prédica de los odios constituye, por otra parte, un verdadero peligro para el porvenir de las ideas, cuyo desenvolvimiento retarda, lanzando en senderos extra­viados a la juventud, en vez de iniciarla en la experiencia saludable de la libertad, o en las lecciones moralizadoras que presentan los propios infortunios políticos". Y termina con estas palabras: "He escrito lo que tengo por verdad a la luz de los documentos, y lo que pienso que es conveniente se sepa para ejemplo y experiencia".
Tan pronto como apareció la obra, Saldías se apresuró a enviarle un ejemplar al venerado maestro, Bartolomé Mitre, del que era irreductible adversario político, pero al que ad­miraba intelectualmente sin retaceos.
Esperaba la palabra crítica pero alentadora que consagrara su largo trabajo.
Lo que recibió fue un baldazo de agua fría, con el balde incluido.
La carta de don Bartolo lleva fecba 5 de octubre de 1887, y comienza con un verdadero elogio: "He pasado parte del día y casi toda la noche leyéndolo", lo cual, teniendo en cuenta las 920 páginas del grueso volumen, es casi un aplauso ce­rrado.
Pero de inmediato venía el descuento: "Es un libro que debo recibir y recibo, como una espada que se ofrece galantemente por la empuñadura; pero es un arma del adver­sario en el campo de la lucha pasada, y aun presente, si bien más noble que el quebrado puñal de la mazorca que simboli­zaría, por cuanto es un producto de la inteligencia".
Y con­testando al prólogo de la obra, le descarga: "Si por tradi­ciones partidistas entiende usted mi fidelidad a los nobles principios porque he combatido toda mi vida, y que creo haber contribuido a hacer triunfar en la medida de mis fa­cultades, debo declararle que conscientemente los guardo, como guardo los nobles odios contra el crimen que me animaron en la lucha".Ya estaba todo dicho.
Como señala Irazusta, la actitud de Mitre "asombra por su voluntad de incomprensión".
En esa carta, rapsodia a la intolerancia, está ausente el historia­dor.
Sólo habla el irreductible político que se niega a bajar las banderas de guerra.
No hay una sola crítica a la heurís­tica, ni una palabra sobre el método, no se rebate un solo punto, no se discute nada, es pura y simplemente un ¡NO! cerrado.
Saldías no intentó polemizar con Mitre, ni disminuyó su respeto hacia el que consideraba maestro indiscutido.
Cuan­do en 1892 reeditó el trabajo, le cambió el nombre, en lo que algunos quieren ver una concesión al ambiente poco propicio a la reivindicación de Rosas; de ese modo el libro pasó a lla­marse “Historia de la Confederación Argentina”.
La actitud de Saldías la explica Irazusta: "No fue por ninguna razón subalterna que don Adolfo prodigó en libros posteriores sus elogios (matizados con discretas reservas) al vencedor de Pavón y organizador de la nación reunifícada; sino por firme convicción. Su silencio ante las censuras del maestro respon­dían al respeto, pero también al hecho de que compartía con Mitre, más que con el caudillo por él historiado, el pensa­miento de fondo sobre la realidad nacional".
Lo cual es perfectamente exacto. Saldías era un liberal neto, cuyas diferencias con Mitre podrían ser de matiz, pero no de fondo.
Por ello, si destaca con vigor la acción política externa de Juan Manuel de Rosas, su defensa de la soberanía y su gallardo enfrentamiento con Francia e Inglaterra; si es el primer historiador que, al decir de Ricardo Rojas, intro­duce la simpatía federal en la historiografía nacional y al mismo tiempo intenta comprender a las masas del Interior y sus caudillos, nada de lo anterior disminuye en un ápice su admiración por Rivadavia y los unitarios, a los que empalma con don Juan Manuel en un mismo plano de elogio y respeto.
En ello Saldías es canónicamente liberal.
Aparte el valor intrínseco de la obra, Saldías alcanzó un notable éxito de público por la agilidad y vigor del estilo li­terario.
Señala Irazusta: "... el arte de la composición, más importante para la gran literatura que el don del estilo, Saldías lo poseía en un grado extraordinario. En él radica el secreto de su éxito, porque es lo que más ayuda a hacerse leer". Pero además Saldías tenía estilo, un estilo que luego perdió en libros posteriores, cuya prosa fría y precisa,, im­personal, hace echar de menos el picante sabor de la Historia de la Confederación”.
Tras la andanada de Mitre había callado La Nación; calló también el Quijote, callaron todos. El joven promisorio de 1877 era el fracasado de 1887.
Debieran serle un gran consuelo las cartas entusiasmadas de Manuelita escritas con sus trémulas manos de anciana: "Realmente esa obra es ¡colosal! Estamos leyendo el primer tomo, yo en alta voz para que mi pobre Máximo no pierda el hilo, la comprenda bien y no fatigue su cabeza. Las verídicas referencias a los antecedentes y hechos gloriosos de mi finado padre, bien me han conmovido" le escribe desde Londres. O el apoyo efusivo del viejo coronel Prudencio Arnold de Rosario, el aliento de Antonino Reyes desde Montevideo o la simpatía con que Bernardo de Irigoyen le hablaba, en su salón privado (pintado de rojo punzó), del extraordinario valor histórico de su libro, y el más extraordinario coraje de su autor al editarlo.
Nadie comentaba en público el Rosas, pero desaparecía de los anaqueles.
Al año de ponerse a la venta el tercer tomo, ya no quedaba un solo ejemplar. ¿Éxito genuino o maniobra de algunos para hacerlo desaparecer?
Lentamente se iba conociendo la verdad sobre Rosas; Pero el mayor efecto de la Historia de la Confederación se producía fuera del país. Aquí resultaba difícil romper la barrera de intereses que impedía conocer o juzgar al pasado. Saldías tuvo un éxito completo y perdurable. En sus páginas comprendió la verdad el mejicano Carlos Pereyra, que inicia su Rosas y Thiers con esta frase apoyada en el libro de Saldías: "A Rosas no se lo ha historiado ; se lo ha novelado. Y se lo ha novelado en folletín. Otros hombres públicos odiados y maldecidos, han tenido la fortuna de no merecer en tan alto grado la atención preferente de las comadres de ambos sexos, amantes de explicarlo todo por la fístula".
Saldías participó activamente en la
Revolución del 90 y fue uno de los primeros en entrar al Parque de Artillería, junto a Leandro Alem, siendo detenido y desterrado a Uruguay.
Uno de los fundadores de la
Unión Cívica Radical en 1891, volvió a ser parte de una insurrección armada en la Revolución de 1893, siendo nuevamente detenido, encarcelado en Ushuaia y nuevamente desterrado a Uruguay.
En
1898 fue Ministro de Obras Públicas y en 1902 Vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires, acompañando a Bernardo de Irigoyen.
Falleció en
La Paz, Bolivia el 17 de octubre de 1914. Su Obra es Inmortal.

Bibliografía:

Irazusta, Julio “Adolfo Saldías”
Rosa, José María “Historia Argentina”
Scenna, Miguel Angel “Los que escribieron nuestra Historia”

lunes, 14 de diciembre de 2009

Invitación Especial: Presentación del Libro: "ROSAS, SOMBRAS Y VERDADES" de Leonardo Castagnino

Los que conformamos el equipo de El Restaurador de las Leyes, invitamos a todos a la presentación de este libro

Discurso pronunciado por Juan Martín Grillo en el Acto de 220° Aniversario del Natalicio de Juan Facundo Quiroga -La Recoleta 27 de noviembre de 2009-

El Tigre y la Montonera*
por Juan Martín Grillo

Amanecía el día con fuertes vientos aquel 27 de noviembre de 1789 en San Antonio de Los Llanos, Provincia de La Rioja. Era, sin embargo, un viento diferente el que se perfilaba, como cambiando algo.
Vaya a saber si es que era acaso el hedor de los cuerpos marchitos que venían de la Europa, ya que por entonces los franceses derrocaban al “Antiguo Régimen”. Eran vientos de Revolución los que se colaron en Los Llanos. Y como será que así fue que por esas horas nacía el caudillo.
Ya se podrían escuchar muchas cosas zumbando en el aire, además del viento.
Con el niño en brazos, seguro que don Prudencio sintió lo que años más tarde experimentaría toda esta tierra: sintió que tras los ojos del chango clareaban las batallas; sintió que en sus cortos cabellos se ocultaban melenas de justicia; sintió que tras Juan Facundo Quiroga cabalgaba la Montonera.
Pero… Que era todo eso? Que eran esos aires de triunfo, pasión, honor, derrota y leyenda que se enfrascaban en los destinos de ese niño? Que era lo que el Tata Dios le tenía deparao’ a Facundo?
Como h’ai de ser la historia que el niño se convirtió al cabo de tres décadas en el Gral. Quiroga, el “Tigre de Los Llanos”, defensor de los pueblos del interior, espada de la Religión y la Fe Católica, ardid del Federalismo y máximo sostén de Unidad Nacional.
Naide lo atajó jamás al “Tigre” Quiroga. Naide como él manejando la takuara. Naide como él a la hora de talonear un “Moro” y largarse chijando a la Pampa. Quiroga era la Montonera.
La tierra sintió entonces el paso de Facundo. Ya fuere en “El Tala”, en “Rincón”, en “La Tablada” u “Oncativo”, el “Tigre” seguía entreverándose con fe. Solo lo movía una divisa: “FEDERACION O MUERTE”. O se hace la Patria como “los pueblos quieran” o no hay nada. Quiroga era el gaucho, el negro, el paisanito, el orillero, el indio. Era el Llano y la Montaña.
De La Rioja hasta el desierto, de la Cordillera hasta el Plata, Facundo Quiroga marcó con su paso todos los territorios del país. Y siempre, junto a él, su Montonera.
Tuito quedó truncao’ en Barranca Yaco. Ahijuna con los Santos Pérez y los Reinafé!!! La pucha digo de los maulas que se atrevieron a descabezar a un Pueblo libre, justo y soberano como el argentino.
Y ese 16 de febrero de 1835 pareció –aún nos parece- que la Montonera se detuvo. De golpe, los bravos “capiangos” espolearon de arrebato sus “fletes” y rumbearon pa’ las entrañas de la tierra.
La Montonera no cabalgó más.
Aura, aquí postrada la Patria, aquí reunidos nosotros, estremeciendo los recuerdos, la pido a Ud. General Quiroga que vuelva a agitar la bandera de “RELIGIÓN O MUERTE”; le pido Gral., en nombre de sus paisanos, que vuelvan a espolearse los fletes y que se afilen las takuaras; le suplico General a Ud. que interceda pa’ con el Tata Dios y que a los argentinos les llegue algo de aquella justicia que los traidores nos negaron; le pido mi General que nos quite las cadenas con que nos han vuelto a esclavizar; le imploro mi General que vuelva a rugir “el Tigre” y la Montonera. Que vuelva la Montonera mi General!!! Los que aquí estamos podemos no ser esos bravos “capiangos” que en otra vida juimos, pero verdad h’ai de ser que somos verdaderos patriotas que amamos como Ud. a esta tierra. Se precisa, créame mi Gral., otra vez la Montonera.
Como sello a esta plegaria, mi Gral., es que le digo lo que dijieron de Ud. los puetas: “La carne puede morir, pero Facundo jamás; habitará eternamente donde arda la llama de la libertad”. No afloje mi Gral. Todo el pueblo espera ver al “Tigre” cabalgar una vez más. Cabalgue Ud. y la Montonera lo seguirá!!!

VIVA JUAN FACUNDO QUIROGA!!! VIVA EL TIGRE DE LOS LLANOS!!! RELION O MUERTE!!! FEDERACIÓN O MUERTE!!! VIVA LA PATRIA!!!

*Discurso pronunciado por el Coodinador General de la Comisión Permanente de Homenaje a Juan Facundo Quiroga, Sr. Juan Martín Grillo, en ocasión del Acto por el 220° Aniversario del Natalicio del Gral. Quiroga, llevado a cabo en el Cementario de La Recoleta, en la Bóveda Familiar de la Familia Quiroga-Demarchi, el 27 de noviembre de 2009.